Germán García nació en Salamanca en 1903 y murió en Bahía Blanca en 1989. Fue Director de la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia en dos períodos, desde 1928 hasta 1955 y desde 1974 hasta 1985, ocupando entretanto cargos de jerarquía en la administración pública, afectados principalmente a tareas de gestión bibliotecaria. Autor de numerosas publicaciones, sus intereses estuvieron cifrados en temas de bibliotecología, literatura argentina e historia regional. También perteneció a las redacciones de los periódicos bahienses El Atlántico y La Nueva Provincia. En 1982 al cumplirse el centenario de la Asociación Bernardino Rivadavia, publicó , una obra que cuenta cómo se inició la Asociación, y cómo se convirtió en una de las instituciones culturales más importantes de Bahía Blanca. En 1989 fue designado miembro correspondiente de la Academia Argentina de Letras.
El país de la leyenda bibliotecaria. Germán García por los Estados Unidos
Edición digital
En 2020 la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia, en colaboración con el Archivo del diario La Nueva., presentó el proyecto editorial mediante el cual rinde homenaje a su exdirector Germán García en el marco del 30° aniversario de su fallecimiento.
Invitado por el Servicio Cultural del Departamento de Estado de los Estados Unidos, entre los meses de enero y abril de 1954 García recorrió diferentes localidades estadounidenses —como el siglo anterior había hecho Sarmiento— con el objetivo de conocer el modo en que se organizaba y funcionaba el sistema estatal de bibliotecas. El país de la leyenda bibliotecaria. Germán García por los Estados Unidos reúne las notas de viaje que envió al diario La Nueva Provincia, donde fueron publicadas con una periodicidad semanal.
El primer e-book editado por la biblioteca se encuentra disponible para ser descargado libre y gratuitamente en formato .ePub.
Edición impresa
Después de que, junto con el Archivo del diario La Nueva., se editaran en formato digital las crónicas de viaje por los Estados Unidos de Germán García, exdirector de la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia, en 2021 se presenta la edición en formato impreso, que pudo concretarse a partir de la obtención de un subsidio de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP). Si bien la publicación rinde homenaje, en el marco del trigésimo aniversario de su fallecimiento, a quien dirigiera la biblioteca desde 1930 hasta 1955 y desde 1974 hasta 1985, también pretende trascender la efeméride, contribuyendo a la recuperación de la figura de García, destacado actor de la historia cultural de la ciudad. Como material de lectura complementario, se ponen a disposición dos colaboraciones escritas especialmente para acompañar la edición impresa. En primer lugar, un perfil intelectual de Germán García, escrito por la Dra. en Historia Juliana López Pascual. En segundo lugar, una reseña crítica del libro, a cargo de la Dra. en Letras María Celia Vázquez.
Viaje al país de la leyenda bibliotecaria
Por Lucas Ruppel*
Invitado por el Servicio Cultural del Departamento de Estado, entre los meses de enero y abril de 1954 Germán García recorre diferentes localidades estadounidenses con el objetivo de conocer el modo en que se organizaba y funcionaba el sistema estatal de bibliotecas. Así, obtiene un panorama bibliotecario actualizado tras visitar los grandes centros urbanos, como Washington D.C., lugar donde se encuentra “la gigantesca Biblioteca del Congreso” en la que destaca el orden y la disciplina del personal de todas sus reparticiones. También Baltimore, Maryland, donde se sitúa una de las bibliotecas más famosas de la nación estadounidense, la Biblioteca Pública Enoch Pratt, de la que resalta su estructura organizativa, llamándole la atención especialmente las estrategias implementadas por el departamento de publicidad. En Atlanta, Georgia, puede apreciar por primera vez, según afirma, el trabajo que se realiza en pos de la educación del pueblo y el adelanto de la cultura colectiva, a partir de la articulación de las sedes de la universidad estatal con la Biblioteca Pública de Georgia, “foco de cultura y club libre para todos los ciudadanos”. Pero también visita ciudades pequeñas del interior transportándose en bibliotecas rodantes o bibliomóviles (bookmobiles) conducidos por las mismas bibliotecarias, con los que llega hasta las más alejadas bibliotecas sucursales (branches), a través de las cuales pretende incrementarse la cultura popular. En Brookhaven, Mississippi, participa de la entrega a domicilio de material de lectura en un automóvil alquilado por la biblioteca especialmente para tal fin. De la Biblioteca Pública de Albany, Nueva York, destaca la existencia del Tesoro, un sector que bajo las más estrictas normas de seguridad alberga incunables y manuscritos, incluyendo el borrador de puño de Abraham Lincoln de la proclamación de emancipación, orden mediante la que se declaró la libertad de los esclavos. Cuando, siguiendo la “ruta de la historia”, llega a Boston, Massachusetts, resalta de la biblioteca pública de la ciudad, una de las tres que se disputan el título de la más antigua del país, tanto la cantidad de libros como de sucursales con que cuenta. En resumen, el viaje que realiza Germán García se constituye en una aventura en busca del espíritu de la biblioteca pública, la misma que, de acuerdo con la leyenda bibliotecaria, tuviera su origen en la iniciativa asociacionista para la lectura ideada por Benjamin Franklin, la “biblioteca de suscripción”, que posteriormente inspiraría en Domingo F. Sarmiento la creación de las biblioteca populares.
*Lucas Ruppel, Lic. en Letras (Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia)
La acción tenaz. Germán García en el mundo cultural de Bahía Blanca
Por Juliana López Pascual*
Estudiar y buscar comprender las prácticas y experiencias intelectuales surgidas en Bahía Blanca durante el siglo XX dejan al investigador sin más opciones que observar la figura de Germán García, su amplia labor cultural y su vínculo íntimo con la Biblioteca Rivadavia. De origen ibérico y nacido en 1903, residió en Bahía Blanca desde su infancia y toda su trayectoria vital estuvo atravesada por la cultura letrada y el trabajo con colecciones bibliográficas, ámbitos a los que les dedicó sus esfuerzos y su perseverancia. En el escenario de la Bahía Blanca de inicios del 900 y siendo todavía un niño, comenzó a colaborar en la Biblioteca y, desde entonces, su contacto cotidiano con las actividades de catalogación y gestión del repositorio estimularon el aprendizaje autoguiado de las singularidades del oficio. En 1927, mientras la Asociación transformaba y expandía la Biblioteca, fue contratado como jefe de salas de lectura y ello, según narraba, constituyó un giro drástico en su existencia, una marca identitaria en su juventud que enhebró el decurso de sus días en el proceso amplio y complejo de la cristalización de las políticas culturales en Bahía Blanca, en sus avatares y coyunturas.
En efecto, desde fines de los años 20 y con medio siglo de vida, la Asociación Bernardino Rivadavia comenzó a extender su accionar local y regional deviniendo, con el correr de las décadas, uno de los agentes más activos y legitimados del mundo intelectual bahiense y del sudoeste bonaerense. El acervo bibliográfico creció notablemente durante la década de 1930 y, en simultáneo, la entidad se fue consolidando como el principal centro cultural de la región: en sus dependencias dio lugar al desarrollo de una gran variedad de actividades destinadas a la promoción de la cultura. Hacia el siguiente decenio, en su sede tuvieron lugar los principales eventos culturales de la ciudad y la zona en virtud de las características de su edificio, que contaba con una sala de exposiciones, tres de lectura y un salón de actos con capacidad para 400 espectadores. Asimismo, la solidez de su estructura asociativa la convertía en el punto de apoyo de otras iniciativas colectivas, que se vinculaban a ella como una estrategia que les permitiera sobrellevar los vaivenes económicos. La Biblioteca y sus gestores ocuparon un papel central en esos años, mientras el escenario cultural de Bahía Blanca comenzaba a organizarse en entes privados que perdurarían en el tiempo -como la Asociación Artistas del Sur y el Colegio Libre de Estudios Superiores- que se sumaron así a la Asociación Cultural, la Universidad del Sur, la Asociación de Artistas Independientes y a las dependencias oficiales que empezaban a estructurar las preocupaciones públicas por las actividades del espíritu, como el Archivo Histórico Municipal, la Comisión Municipal de Bellas Artes y el Museo homónimo.
La relación entre el rol de esta Biblioteca en expansión y la figura de Germán García -su director bibliotecario entre 1928 y 1955- constituye hoy un elemento fundamental para explicar las maneras en las que ese campo cultural fue adquiriendo sus formas más significativas. Junto con otras personalidades de gran capacidad de convocatoria y trabajo institucional, como Zulema Cornídez, Pablo Lejarraga, Berta Gaztañaga y Gregorio Scheines, García desempeñó un papel clave en la consolidación de las tareas intelectuales y del prestigio alcanzado por las entidades bahienses, incluso en la dimensión provincial y nacional. Mancomunados en la meta de proyectar a Bahía Blanca en la región patagónica y jerarquizar su rol en los círculos intelectuales argentinos, los espacios privados y las políticas oficiales sostuvieron diversas prácticas de intervención artística, literaria y científica que, en la mayoría de las ocasiones, tuvieron lugar en las salas de la Rivadavia.
El intenso compromiso de García con la bibliotecología, en general, y con la ABR en particular lo llevó a participar en instancias relevantes en el desarrollo de la disciplina, como los primeros congresos y federaciones o los espacios de formación que el gobierno bonaerense organizaba con el fin de promover el trabajo de las bibliotecas populares. En efecto, Don Germán intervino de manera activa en la labor oficial que a fines de los años 40 llevaron adelante Julio César Avanza, José Cafasso y Miguel Ángel Torres Fernández en el Ministerio de Educación, la Subsecretaría de Cultura y la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares de la Provincia de Buenos Aires. A pesar de que sostenía distancias ideológicas sensibles respecto del justicialismo y sus propuestas, su figura resultó de importancia en una provincia que asignaba recursos y afanes a la expansión de las políticas culturales estatales, como sucedió durante la gestión de Domingo Mercante. La posibilidad de viajar a los Estados Unidos y ponerse en contacto con el ámbito bibliotecario norteamericano, asimismo, consolidó sus saberes, su prestigio y su relevancia: en 1954 fue convocado por la UNESCO para dirigir la primera experiencia de Biblioteca Pública Piloto, en Medellín, Colombia.
Mientras la Biblioteca Rivadavia se volvía un eje fundamental de la vida espiritual del sudoeste bonaerense, Germán García también fue desarrollando amplios intereses intelectuales que excedían las tareas bibliotecarias. En 1941 integró el grupo fundador de la filial bahiense del Colegio Libre de Estudios Superiores, iniciando así una relación que perduró por casi tres décadas y que lo vinculó con una red más amplia de escritores, artistas y docentes entre los que se hallaron Luis Reissig, Francisco Romero, Roberto Giusti y Ezequiel Martínez Estrada. Si en las redacciones de La Nueva Provincia y El Atlántico se desempeñaba como cronista y editorialista, su participación en la coordinación del CLES le permitió hacer visibles sus intereses por la literatura mientras participaba de espacios e intercambios en los que la dimensión ideológica del antifascismo y el problema de la libertad constituían un tópico importante.
Y es que su trayectoria como bibliotecario y sus colaboraciones periodísticas se combinaban, también, con un vivo interés por la labor del escritor y la interpretación crítica sobre las letras argentinas. La elaboración de columnas, notas y crónicas se alternaba con la de ensayos que en varias ocasiones presentó en el CLES y que luego fueron publicados como separatas -como fue el caso de El “Sarmiento” de Martínez Estrada (1942), Actualidad de Sarmiento (1943), Benito Lynch y su mundo campero (1954)- mientras en otras, se trató de elaboraciones de mayor extensión, como La novela argentina: un itinerario (1952) y Roberto J. Payro; testimonio de una vida y realidad de una literatura (1961). Su concepción de la cultura letrada lo llevaba a la reflexión acerca de los libros y las instituciones dedicadas a su gestión y conservación tanto como sobre las vías por las que se producía la formación de los literatos y los periodistas y sus entrecruzamientos con lo político, temas que resonaban fuertemente en los círculos intelectuales de la época. Estas intervenciones literarias no sólo se prolongarían por el resto de su vida, sino que además le reportaron premios por la Sociedad Argentina de Escritores y su nombramiento en la Academia Nacional de Letras.
Su retorno desde Colombia coincidió con la coyuntura política argentina signada por el derrocamiento de Juan Domingo Perón en 1955 y, en ese contexto, fue convocado para cumplir funciones como Director de Bibliotecas de la Provincia de Buenos Aires y Director General de Cultura. Aunque ello supuso un relativo alejamiento de la ABR, Don Germán continuó interviniendo en las instituciones culturales bahienses, particularmente en el desarrollo de la novel Universidad Nacional del Sur, creada en 1956. Allí, siguiendo los intereses y planteos que habían sostenido desde su tarea conjunta en el Colegio Libre, colaboró de manera estrecha con la gestión de Gregorio Scheines al frente de la Dirección de Extensión Cultural; en 1961 organizaron el curso elemental para la formación de bibliotecarios al que fueron invitados los responsables de todas las bibliotecas populares del sur de la provincia de Buenos Aires y de Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz, La Pampa y Tierra del Fuego. En este sentido, a pesar de que su ocupación principal se ubicaba en la Capital Federal, donde era Jefe del Departamento de Biblioteca y Publicaciones de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, manifestaba su voluntad de apoyar la acción cultural que buscaba consolidar a la ciudad como centro regional en el sudoeste bonaerense y la norpatagonia. Al igual que otros intelectuales y gestores locales, García participó en espacios y movilizó recursos en los que el elemento común se constituía por la idea rectora de que Bahía Blanca era la “capital del sur”.
Algunos años más tarde, sus conocimientos y experiencia profesional lo destacaron en ese escenario regional en el que nuevas iniciativas culturales habían emergido. Desde mediados de la década de 1960 se desempeñó como asesor en la creación de centros de documentación y bibliotecas en las flamantes provincias de La Pampa y Neuquén, implicando de esa forma su experticia especializada en la conformación de grupos técnicos e instituciones articuladas a la estructura estatal y a las nuevas casas de altos estudios, como la Universidad del Comahue. En efecto, su desempeño y sus saberes bibliotecológicos lo ubicaban como un actor de peso en los procesos culturales e institucionales de la época que se orientaban, en buena medida, por el horizonte de la modernización educativa y científica como paradigma preferencial para el desarrollo de naciones latinoamericanas liberales y democráticas.
A inicios de la década de los 70, ya septuagenario y jubilado, Germán García retornó a la dirección de la Rivadavia, cargo que ocupó hasta 1985 y desde el que lideró la institución durante los oscuros momentos de la última dictadura cívico-militar. Lejos de descansar de su prolongada actividad intelectual, dedicó esos años a la continuidad de su escritura ensayística y bibliotecológica, a la producción del relato histórico sobre la propia Biblioteca y a la elaboración de la que fue su única novela, Golfo negro, publicada postmortem por el librero y editor Carlos Viglizzo. El ciclo de su vida estuvo definido y atravesado por el universo de los libros y la lectura, y su trayectoria individual halla sentido en la trama amplia de las redes intelectuales y de amistad, de las instituciones públicas y privadas, de los debates e intercambios ideológicos y de los procesos generales de transformación política. A la inversa, su acción tenaz marcó huellas profundas en las formas y los caminos de la cultura en Bahía Blanca que, en la actualidad, lo reconoce como una de sus figuras destacadas.
*Juliana López Pascual, Dra. en Historia (Centro de Estudios Regionales “Prof. Félix Weinberg”-UNS-CONICET)
El paisaje de los libros
Por María Celia Vázquez*
Celebro la iniciativa de reunir en libro las crónicas del viaje a Estados Unidos que escribió Germán García cuando, en ocasión de haber sido invitado por el Servicio Cultural del Departamento de Estado, visitó ese país en 1954. Gracias a esta tarea de rescate, a cargo de Lucas Ruppel, del archivo de La Nueva Provincia donde fueron inicialmente publicadas entre enero y abril de ese año, El país de la leyenda bibliotecaria nos ofrece la oportunidad de conocer y, sobre todo, disfrutar de un relato ameno e inteligente sobre la experiencia de aprendizaje que todo viaje supone. La narración está atravesada por la felicidad y el asombro que le provocaron desde el cruce de los Andes en avión durante el viaje de ida hasta el descubrimiento de los hábitos y costumbres que definen la idiosincrasia de las diversas ciudades y regiones que configuran la travesía. A su modo, el relato también propone un viaje de los sentidos; la avidez de García por explorar el nuevo mundo se traduce en la incitación del gusto y el olfato; pienso en cuando se deleita (del mismo modo luego nos deleitamos nosotros con su descripción) y no tanto con los aromas de los barrios y mercados populares en Lima o en los suburbios de Misisipi; asimismo aguza el oído con la ilusión de poder escucharlo todo, inclusive aquellas conversaciones que, si bien son triviales, le resultan extrañas por ser pronunciadas en una lengua que no es la suya.
Pero, más allá de la composición del paisaje sonoro, García mientras viaja sobre todo recrea la vista; al observar en detalle para luego describir y contarnos construye su propia perspectiva de viajero. A veces evoca una mirada infantil que se asombra al percibir desde arriba el paisaje terráqueo; otras, ensaya la mirada del extranjero, por ejemplo, cuando descubre Latinoamérica en Lima y nos advierte que la verdad del continente está en los barrios proletarios, el mercado popular, los sabores exóticos de la naturaleza. Desde su arribo, observa los Estados Unidos como si fuese «un mundo cinematográfico»; mientras se desplaza en tren le gusta ver a través de la ventanilla como si fuese un film documental. Es cierto que el cronista quiere mostrar cuanto va descubriendo en su movimiento, sin embargo, nos ofrece menos un documento que un registro de sus gustos y afecciones. ¿De dónde si no de su propia fascinación proviene la intensidad de la descripción de Washington? ¿De qué depende la maravilla de esa ciudad? Del hecho de que esté nevada mucho más que de los parques y monumentos. Los jardines con su blanco puro se ofrecen como estampas navideñas para este espectador que viene de una ciudad, como Bahía Blanca, donde prácticamente se desconoce la nieve. Pero también en el deslumbramiento se trasluce la ética de este viajero que se deleita con algo que lo sorprende por su extrañeza mejor que con la tranquilidad de lo familiar. Por eso mismo, más allá de los paisajes urbanos, el escritor registra las diferencias que atañen a la vida social. Como si fuera un etnógrafo, Germán García apunta que en ciertos estados del sur las mujeres no reclaman por sus derechos porque ya cuentan con ellos (me pregunto: ¿cuál era la vara para medir la igualdad de las mujeres en ese entonces?), también repara en el auge del merchandising de las mascotas, completamente insospechado para nosotros en aquel momento. Asimismo, deja registro, aunque esta vez no sea un acto deliberado, de cuán asimilado estaba el segregacionismo; lo veo cuando describe sin escandalizarse que en las estaciones de trenes de Georgia «white» y «color» tienen distinta sala de espera y de boletería. Este registro involuntario demuestra el carácter dinámico que poseen los procesos históricos. En este sentido también las crónicas aportan un testimonio interesante.
No puedo cerrar sin advertir que en la narración el itinerario se desdobla. El recorrido por las bibliotecas configura una ciudad dentro de las ciudades. El paisaje de los libros que componen, entre muchísimas otras, la biblioteca del Congreso de Washington o la Enoch Prat (Baltimore) configuran el país de la leyenda bibliotecaria. Al mismo tiempo que las describe, traza el mapa de las bibliotecas fijas con sus sucursales, también incluye las «rodantes que tienen paradas en escuelas, en “branches” (sucursales de bibliotecas mayores) o en humildísimos almacenes» y en escuelas de campaña. Al enumerarlas no disimula la ilusión de que alguna vez se construya aquí, en nuestra Argentina, una trama de libros y lectores semejante. La deuda sigue pendiente, pero las crónicas están ahí no sólo reclamando que se cumpla sino también invitándonos a la lectura. ¿Podremos resistirnos al convite?
Bahía Blanca, otoño de 2021
*María Celia Vázquez estudió Letras en la Universidad Nacional del Sur, realizó una Maestría en Letras Hispánicas en la Universidad Nacional de Mar del Plata y se doctoró en la Universidad Nacional de Rosario. Se ha especializado en literatura argentina del siglo XX. Compiló con Alberto Giordano Las operaciones de la crítica (Beatriz Viterbo, 1998), coordinó junto con Sergio Pastormerlo Literatura argentina: perspectivas de fin de siglo (Eudeba, 2001) y dirigió el volumen Debates intelectuales en el contexto del peronismo clásico (Ediuns, 2011). En 2017, obtuvo una mención honorífica del Fondo Nacional de las Artes por su ensayo acerca de la escritura de no ficción de Victoria Ocampo, editado posteriormente como Victoria Ocampo, cronista outsider (Beatriz Viterbo, 2019). Su primer trabajo fue en la Biblioteca Rivadavia, donde se desempeñó como auxiliar por un breve período entre 1982 y 1983.